Cuando nos encontremos.

Cuando nos encontremos.

Te abrazare.

Cuando nos miremos.

Te abrazare.

Cuando  estrechemos nuestras manos.

Te abrazare.

 

Hasta entonces.

Te buscare en extraños.

Hasta entonces.

Te mirare en extraños.

Hasta entonces.

Te soñare.

 

No sé cuánto esperare.

No sé cuánto sufriré.

Hasta que te vea.

Solo sé que te veré.

De nuevo.

Algún día.

Nadie entiende mi dolor.

Nadie entiende mi dolor.

Nadie entiende esta sensación.

De vacío.

De dolor.

De soledad.

 

Quizás si amaran.

Como yo.

Quizás si sintieran.

Como yo.

Podrían sufrir.

Como yo.

 

Pero ellos no aman.

Como yo.

Pero ellos no sienten.

Como yo.

Ellos no sufren.

Como yo.

 

Ellos no se imaginan.

Lo que significa ser yo.

De reyes y fantasías.

Quizás fueron los sueños extraños de mi madre, que sufrió mientras estaba yo en su vientre. Soñaba que caminaba por un bosque, en pleno invierno, mas no sentía frio. Iba desvestida, y las piedras del suelo no lastimaban sus pies. Los altos arboles la torturaban con sus miradas y ella se desesperaba por salir de allí.

Pronto se encontraba con un rio, sin dudarlo empezó a caminar hacia el mismo, en el momento que el agua tocaba su panza de nueve meses ella olvidaba la mirada de los árboles, el miedo de lo desconocido que no se había atrevido a reconocer y entonces se sumergía.

Pero cuando abrió los ojos bajo el agua, unas orbes amarillas la miraban fijamente. Y cuando abría la boca para gritar, despertaba.

Mi mamá tuvo el mismo sueño durante todo el embarazo, lo que más le preocupaba es que siempre este terminaba igual, y que en este su panza era más enorme de lo que era en la vida real.

“Tenía miedo de que el monstruo rasguñara mi pancita. “me explico la primera vez que me relato el sueño.

Ahora, sé que hay explicaciones científicas para sueños tan extraños, o me imagino lo que un psicólogo diría. Que quizá el monstruo en el lago era yo, o el miedo de ella ante una nueva etapa en su vida.

Ahora , sé que todas esas explicaciones son pura mierda ¿Saben que es lo que creo? Ese sueño se lo cause yo, porque desde que era un feto estaba más loca que una cabra. Pronto entenderán esto a través de mis acciones.

A los tres años mi abuela me descubrió intentando poner el destornillador de mi tío en un enchufe. La anciana grito tan fuerte que se quedó sin voz una semana, y me puso en un rincón mirando la pared. Pared la cual pinte de rojo, y escribí la una palabra cuyo significado no comprendía pero mi tío me había enseñado a escribir.

“Esto escribilo cuando estés en el jardincito y las profesoras te molesten, nena.”

P-U-T-A.

Según cuenta mi tío escribí la misma palabra una y otra vez , incluso me subí a un banquito para escribir arriba de la palabra anterior cuando mis manos ya no daban para más.

Mi abuela no pudo gritar, pero bien que me llevo al cura del barrio quien me puso agua bendita en la frente y hablo con mi madre, quien dijo.

“Ella es así, padre, tiene mucha energía, es muy despierta”

Mi tío simplemente rio y me saco de la iglesia, comprándome un helado en el camino a casa. Eso sí, no volvió a dejar la caja de herramientas a mano.

La historia no termina allí, al día siguiente agarre mis cartas de Pokémon que mi padrino me compraba a la salida de su trabajo y empecé a quemarlas en el fuego que había prendido mi abuela para que en palabras mías “ el montuo aparezcaz.”

Otra vez me pusieron en el rincón, y pusieron una barra de plástico para bebes en la puerta de la cocina.

Creo que vi a mi tío caerse por culpa de la  barrera al menos ocho veces, porque tenía que acordarse de correrla luego de abrir la puerta, y todas esas veces yo me reía a carcajadas.

Llego el momento de explicarles, nací en Santiago del estero un día de marzo de 1996. Hija de Dolores Gallardos y un padre que escapo el día que ella dio a luz. Desde bebe escuchaba a mi abuela decirle lo mismo una y otra vez a sus amigas “si tanta plata tiene el padre de la niña, al menos debería habernos dejado algo el miserable…” Luego comprendí el resto de la historia, pero eso viene después.

Mi tío, hermano de mi mama, ocupo el lugar de padre. Cuando él y mi mamá trabajaban en la fábrica, mi abuela me cuidaba en la casa que mi abuelo construyo poco antes de que muriera en un choque de ferrocarriles.

Extraño, lo sé, al parecer el viejo iba fumando y paro un segundo en medio del riel para prender otro cigarrillo y ahí BAM se lo llevo el tren.

A mi abuela no le gusta hablar del tema.

A los cuatro años ya sabía leer y escribir, todo gracias a mi tío, él se sentaba conmigo al final del día a leerme cuentos infantiles, pronto no fue suficiente para mí y tuvo que enseñarme. Antes de que todos pudieran asimilarlo, ya le leía el diario a mi abuela todas las mañanas.

Pero mi amor eran los libros de fantasía.

Y así empezó mi tortura.

Los libros empezaron a acumularse en mi habitación, debajo de mi cama, en los libreros que lograron instalarme, con los pasos de los años quedaron repletos. No quería juguetes, quería libros.

Mi mamá no entendía mi fascinación, pero la fomentaba en su sueño de que estaba criando a la próxima Isabel Allende. Lo cual, lo siento mamá, no fue así.

Mi mente empezó a llenarse de lugares imaginarios a los cuales podía acceder con solo mover mis ojos sobre las letras, sobre compañeros cuyas amistades eran a pruebas de acero, y yo los creía reales.

Cuando mis ojos se cansaban de leer, saltaba por mi habitación y llamaba sus nombres, mi cuarto se transformaba en esos lugares maravillosos sin límites.

Y aquí es donde todo se vuelve agridulce, no sé dónde nacio, pero lo que les cuento es cierto. En mis libros había reyes, cuyos hijos iban a pelear en nombre de ellos, en nombre del honor de la familia.

Y yo imaginaba un rey como mi padre, un rey quizás que no podía reconocerme aun como hija legitima, pero yo luchaba por mi puesto legítimo.

Cuando mi madre escucho lo que hablaba en mi habitación en medio de juegos, los libros dejaron de aparecer en mi habitación.

Entonces lo busque en la realidad.

Le pregunte a mi padrino , sus respuestas fueron vagas y llenas de miradas incomodas “Princesa, a tu mama le duele que preguntes por tu viejo, no me pongas en el medio.” Y así el seguía poniendo la mesa para el desayuno.

Mi abuela nunca fue de cuidar sus palabras, así que se metió en la conversación antes de que yo abandonara la sala “ Ve a buscarlo afuera, niña, no está lejos ese muchacho sin corazón”

Desayune en silencio, mi madre ya había vuelto de comprar pan, y ninguno de mis familiares quiso hacer mención de la conversación que acabábamos de tener, así que cuando luego de desayunar sali a la calle nadie dijo nada.

Imagine que estaba entrando al clímax de la historia, que estaba por enfrentarme al  dragón cuyo tesoro seria solo mío. Que finalmente estaba en la batalla que me llevaría al trono que  me correspondía por sangre.

Primero, le pregunte al comerciante de revistas.

“¿Dónde está mi papa?”

Pobre don Omar, se puso rojo de la vergüenza y apunto hacia la izquierda.

Segundo, le pregunte al señor asiático cuya tienda siempre tenía las ultimas figuritas de Pokémon.

“¿Dónde está mi papa?” él apunto cruzando la calle.

Mi mama me enseñó a mirar antes de cruzar, así que obedecí sus indicaciones, aunque nunca nadie iba por mi barrio.

Llegue a la casa frente a la cual siempre pasaba antes de ir al jardincito, moviendo un palo frente a mi como si fuera una espada, tirándole la cola a un gato negro como si fuera una fiera a la cual tenía que domar para que fuera mi compañera.

Era una mansión, al menos así lo parecía para mí, de ballas negras y un patio delantero lleno de flores coloridas. La casa tenía tres pisos, y unas puertas de madera que se parecían a las de la iglesia que mi mama me llevaba los domingos.

Golpeé los barrotes de la entrada con el palo que había levantado.

“¡Hola! ¿Aquí está mi papá? “Pregunte una y otra a vez hasta que una señora salió de la casa, y con tres zancadas de sus piernas largas estaba en frente de mi con los barrotes de por medio.

La señora no se molestó en agacharse para mirarme bien, sus ojos azules se clavaron como dagas en los míos a través de los cristales de sus anteojos ,luego de unos segundos de mirarme bien dijo:

“Felipe no quiere saber nada con vos, niña, tampoco con tu madre. Le dimos dinero para que se calle, decile que si volves a aparecer aca, los voy a denunciar por acoso”

Y así se dio vuelta.

Recuerdo que solté el palo, y volví a casa llorando.

Mi madre me acuno hasta que me dormí del cansancio. Eso fue lo único que supe de mi padre, Felipe. Él nunca intento conocerme, y yo tampoco.

Cuando termine el secundario nos mudamos, y nunca volví a pasar frente a esa casa. Me concentre en leer libros de historia, física, y el diario para saber de qué hablaban los adultos.

Guarde mis libros de fantasía en cuatro cajas enormes, y los regale a mi escuela.

A los 16 volví a pensar en el sueño, lo analice una y otra vez. Hasta que deje de intentarlo porque el cansancio me gano. Deje de imaginar los ojos amarillos.

Y así, me volví una mujer.